El cielo antes de llover.
El mundo antes de llover.
La vida antes de llover.
Es naranja, al menos desde este viejo tren . Tiene polvo, huele a seco.
Está todo revuelto, y la lluvia llega a revolverlo aún más. Mi cuerpo lo nota. Me pongo contenta, me apetece correr, me aparece salir a pasear y que me pille la lluvia lejos de casa.
¿Por qué esas sensaciones?
Porque sé que la lluvia también limpia. Lo cambia y lo revuelve todo, pero lo limpia. Y muchas veces, lo que más arregla las cosas, es una buena limpieza.
Y yo, que normalmente a estas horas solo quiero llegar a mi casa lo antes posible y comer, hoy no tengo ninguna prisa. Los pensamientos que siempre suelo tener hoy son lo contrario. Ojalá hoy sí se quede el tren parado en Chamartín, y, si es con las puertas abiertas, mejor. Ojalá los 5 minutos que tardo en ir andando a mi casa al bajarme de este tren hoy fueran media hora. Ojalá hoy sí aparezcas en este tren, porque hoy sí te saludaría, y te diría que mirases por la ventana este cielo que se nos regala hoy.
Los grafitis de las estaciones de tren se ven preciosos con esta luz. Y es que yo hoy todo lo veo bonito. Y no es porque sea San Valentín. De hecho, arcadas han venido a mi cuando he visto que la cafetería de mi hospital había sido invadida por globos rosas y palabras de amor.
Si tuviera que elegir un día para querer no sería San Valentín. Sería cuando llueve. Antes de que llueva. Esos días soy capaz de querer mucho.
Y cómo me gusta. Cómo me gusta la famosa calma que precede a la tormenta. No sé si me gusta más incluso que la propia tormenta.
Y ya casi llego a casa. Ojalá no tuviera que estudiar, esta tarde se me va a hacer difícil hacerlo. Quizá esta lluvia venga para limpiar esa pereza que llevo acumulando días. Quizá me dé ganas para seguir corriendo, o saltando, o bailando. Al menos mientras espero a que llegue esta lluvia, intentaré concentrarme y ser productiva.
Porque cuando llegue la lluvia, o, mejor, cuando quede muy poquito para que empiece, ahí, saldré a pasear.
